EL ESPEJO DE JOHN PETTIGREW
Ruth Manning-Sanders (1886-1988)
Esta es una hermosa historia que mi abuela me contó una vez, en mi lejana infancia.
Hace muchísimo tiempo vivía en un pequeño pueblo al lado del mar un honesto artesano que se ganaba la vida haciendo canastos, y se llamaba John Pettigrew. Vivia sólo, porque no tenia a nadie en el mundo, solamente una prima casada, llamada Sarah Polgraine, que iba todos los dias a casa de John para limpiarla y cocinarle. Era una mujer maliciosa, siempre hablando mal de uno y de otro, y John estaba acostumbrado a oírle sin escucharla, como quien oye el rumor del mar golpeando contra las rocas, en la playa. El le estaba agradecido por ayudarlo y cuidarlo, y como era un hombre bueno, siempre pensaba que los otros, como su prima Sarah, debajo de su caracter huraño, eran buena gente. -Hay algo bueno y noble en todas las personas, decía él, y su prima se burlaba de su noble inocencia, y seguidamente comenzaba a criticar a todos los habitantes del pueblo, sin omitir ni perdonar a ninguno.
Pero para entonces, John estaba ya en su pequeño taller, trabajando sus canastos, y la voz de su prima casi no llegaba a oirse. Este lugar era un espacio al lado del mar, a cubierto del mal tiempo, pero muy agradable y soleado en los dias de cielo claro. Era hermoso como se escuchaban los bellos sonidos que venian de la playa y el mar, todo el dia, y en la noche. Alli estaban sus obras, hermosos canastos de todas las formas y tamaños, cada uno decorado con colores vibrantes y diseños que John creaba siguiendo los dictados de su fantasia. Su trabajo le dejaba algun tiempo libre, que él usaba para meditar y contemplar el mar y a sus criaturas, y ocasionalmente para tocar su ocarina cuando sentia en su mente la necesidad de distraerse con su dulce melodia.
Una tarde tormentosa, a fines del verano, John se fué con una bolsa a la playa, buscando maderitas gastadas por el mar, para decorar sus canastos. El fuerte oleaje habia dejado la playa cubierta de conchillas y jirones de algas, azotando la costa de modo que muchas veces caminaba John con el agua hasta las rodillas, y otras completamente en seco.
Las olas mas altas tenian sus crestas blancas de espuma, y el sol poniente les daba un hermoso reflejo dorado y oleoso, y en su luz brillante, parecian inmensos espejos montañosos desplomandose y cambiando de forma incesantemente.
Y en esas olas inmensas, dos focas, una mas grande que la otra, estaban retozando alegremente, como dos corchos que se hunden y vuelven a flotar, y se desplazaban tan velozmente en el agua, como los pajaros volando en el cielo, y cuando volvian a salir podia ver sus grandes ojos oscuros, brillantes. –Benditas criaturas, pensaba John, no hace falta preguntarse si son felices. Y dicen que toda la sabiduria infinita del mar fluye por sus agiles cuerpos...!!!
Pronto se levantó viento y comenzó a llover. Ya se habia puesto el sol, y el tiempo estaba tan inclemente, que John pensó que era hora de volver a su casa, los truenos resonando en sus oidos, y los rayos como inmensos tenedores de luz brillando en el cielo negro.
Que noche estruendosa fue aquella ¡! John no podia recordar otra igual. El viento aullaba en la chimenea, las ventanas vibraban, y el sonido de la lluvia repiqueteaba incesante sobre sus paneles de vidrio. El viento golpeaba la puerta como una bestia enfurecida decidida a entrar por cualquier medio.
Todos los ruidos de la furiosa tempestad podian escucharse a través de cada agujero y cada grieta de la casa. John se sentó a leer junto a la chimenea, que irradiaba su calor y su luz a toda la habitacion. De repente, una ola estremeció la entrada con un golpe y un grito extraño, que no se repitió.
-Aunque fuera el mismo diablo del infierno, si algo le ha ocurrido a alguien allá afuera, no puedo dejar de ayudarlo, pensó John. Y muerto de miedo, destrabó la puerta y la abrió a la oscuridad de la noche.
El viento entró a la cocina como un tigre enfurecido, y John tropezó con un gran bolso de piel que yacía a sus pies, en el umbral de la casa. La arrastró hacia adentro de la casa, y cerró con tranca la puerta. Al observar la bolsa de piel marrón, vió que era una pequeña foca, que parecia muerta.
– Muerta, pensaba tristemente John, y hace unos instantes jugabas tan alegremente con tu mami ¡!! Y de repente, cuando John acariciaba su suave piel, el animalito pareció responder a la mano que lo mimaba, moviendo perezozamente sus aletas, y abriendo sus ojos grandes, miraba a John con ojos llenos de indescriptible dulzura y sabiduria.
Oh, bueno, entonces bienvenido, amiguito, dijo John encantado con su nuevo compañero, llevándolo en sus brazos para dejarlo sobre un cómodo almohadón cerca del calor del hogar. Fue una bonita noche la que pasaron los dos juntos. John le trajo leche fresca, y le dió el pescado que tenia para su propia cena. Y recordando haber escuchado una vez que los animales aman la musica, se puso a tocar dulces tonadas en su ocarina, mientras la foca parecia encantada y feliz, golpeando sus aletitas al compas de la melodia. Y pronto se durmieron, el animalito en el almohadón, y John en el piso, a su lado. Era la primera vez en su vida que tenia un compañero, y no iba a irse a la cama dejándolo solo.
Pero en sus sueños, la mamá foca se le apareció angustiada. De sus bellos ojos oscuros caian lágrimas que parecian hilos de plata, y a John le pareció que si él no hacia algo pronto, esos ojos iban a vaciar toda el agua del mar a través de ellos. Por eso, en la mañana, cuando el viento se calmó, y el mar estaba todavia gris y taciturno, John tomó en brazos a su nuevo amiguito, y lo llevó a la playa, en medio de los destrozos que el temporal habia dejado en su patio, sembrado de ladrillos caidos y tejas rotas. Alli lo puso en el agua, y lo empujo suavemente para que se interne en el mar. Pero el animalito parecia haber olvidado como irse, y cuando John se volvia a su casa, la foca venia detras de él, moviendo sus pequeñas aletas. Entonces, John pidió prestado un bote, y cargando a su compañero con él, lo llevó mar adentro, dejandolo en el agua con cuidado. Pero el animal no parecia saber que hacer, y sus gritos eran tan lastimeros, que John no tuvo corazon para dejarlo, y subiendolo al bote otra vez, lo llevó a su casa nuevamente.
-Si tan solo pudiera ver donde esta tu mami ¡!! pensaba John, y escrutaba el horizonte de olas, aunque solo veia algunas grullas y algun otro pajaro volando. Entonces, decidido a cuidarlo mientras no apareciera su madre, lo llevó otra vez a su casa.
Cuando Sarah vió al animal, enseguida le pidió a John que lo matara, porque queria usar su piel para hacerse un tapado, a lo que su primo se rehusó horrorizado. Evidentemente, aunque veian el mismo ser, John y su prima veian cosas muy distintas. Ella veia un tapado viviente, y el veia un hijo querido. El le conto del sueño en que vió a la madre foca llorando amargamente la pérdida de su hijo, y Sarah como siempre, se burló de su sensibleria e ingenuidad.
Pero a John le parecia que el animal lo comprendia bien, y pensando asi se puso a arreglar todo el desastre que la tempestad habia ocasionado en su casa, reparando esto y ordenando aquello. Y cuando él iba de un lado a otro, el animalito lo seguia. Y cuando él se sentaba a trabajar, la foca se acostaba a sus pies, y lo miraba con sus dulces y brillantes ojos. Y cuando John tocaba su ocarina, golpeaba sus aletitas en señal de la mayor alegria. Y cuando John le arrojaba una pelotita, la mantenia girando en la punta de su hocico, arrojandola de vuelta a las manos de John, con increible punteria.
Era una gran felicidad que tenian entre los dos, y las cosas siguieron asi por algunos dias mas. pero John, aunque estaba encantado con el animalito, no podia quitarse de la cabeza la idea de que la madre foca estaba angustiada buscando a su hijo, y no podia olvidar esos hermosos ojos oscuros llorando incesantemente.
Por eso cada dia, cuando acababa su trabajo, iba por la playa, buscando ansiosamente en las olas grises, verdosas, o azules, segun el tiempo, a aquella que él imaginaba llorando esas lagrimas terribles en su sueño.
Y entonces, una mañana, en una ola verdosa y clara como el cristal, John vio su cabeza brillante, mirando aqui y allá como buscando a alguien. –Alla esta tu mami, vamos, amiguito, y nada de tonterias esta vez, eh? le dijo John al animalito que llevaba en sus brazos, mientras se internaba en ese hermoso mar verde, aquel dia de sol. Y luego lo soltó, y cuando ya estaba por seguirlo a la orilla de nuevo, vió a su madre, y se fué nadando hacia ella. Desde la playa, John vió las dos criaturas felices disfrutando juntas en las olas, cubiertas de espuma, y lo miraban con ojos dulces, llenos de un infinito agradecimiento. Y John se fue caminando pensativo a su casa, feliz por haber hecho algo tan hermoso, pero al mismo tiempo, con esa sensacion de soledad apretando como un nudo en su corazon.
El Domingo siguiente, John caminaba por la playa buscando caracoles, pensando en las dos focas, imaginando como seria vivir en el fondo marino, y lo que habria para ver en ese lugar, paisajes y cosas nunca vistos por ningun ser humano. Y meditando en la gloriosa obra de Dios, se puso a tocar con su ocarina una vieja melodia que le gustaba mucho. De repente, en una ola cerca de él, apareció la mamá foca, mirándolo, y balanceando algo en su hocico. No era una pelota, pero era algo redondo. Cuando ella lo arrojó a sus manos, lo vió girar en el aire y brillar con la magnificencia del sol, y entonces John tomó ese pequeño sol en sus manos temblorosas.
Era un bellisimo espejo redondo...pero que espejo ¡!!. El marco estaba decorado como una guirnalda de flores, y el centro de cada flor era una perla. Los pétalos eran rubies y zafiros, y las hojas esmeraldas. John lo daba vueltas, con profunda admiración, hasta que el espejo reflejó el mar, hacia donde estaban las focas, y John vió entonces, no a las focas, sino a una mujer hermosisima, con un niño en sus brazos. El niño tenia una corona de oro, y le tendia sus brazos a él con inefable cariño. La mujer tambien lo miraba, sonriendole muy dulcemente. Y un instante mas tarde, habian desaparecido en el mar.
John se quedó mirando la escena como si no pudiera creer lo que veia. Cuando el espejo mostraba las nubes del cielo, se veian las nubes, pero tambien bellos palacios celestiales. Cuando se reflejaba el piso, en las flores habia pequeños angeles, pajaros y duendes.
Nunca me cansaré de mirar en este espejo, pensó John, y fue entonces, que al mirar, vio reflejada por primera vez su propia imagen en el espejo, y entonces, temblando, lo guardó inmediatamente en el bolsillo, tanto lo habia ruborizado ver la gloria divina, la majestad inmensa y la belleza de ese angel que lo miraba desde el espejo, con tanta dulzura.
Camino a casa, en la playa habia un grupo de ancianos en sus trajes de Domingo, achacosos, descuidados, caminando torpemente, tristemente, con el cansancio de la vida. – Me pregunto, pensó John, como seran estas gentes, segun el espejo. Y sacándolo, reflejó a los viejos, y alli estaban, magnificos señores de la Tierra, cada uno de ellos, altivos y elegantes, valientes y hermosos, vestidos como para el Reino de los Cielos. –Si esto es asi, entonces, no solamente yo sino todos en el pueblo deben disfrutar de este espejo maravilloso, pensó John, y cuando llegó a su casa, colgó el espejo en la puerta del frente de su casa, que estaba siempre cerrada porque nunca se usaba.
En poquisimo tiempo, una multitud de gente estaba frente a la puerta de John. Cada uno intentando dar una ojeada al espejo, para ver la imagen de su alma, de como eran realmente, porque eso era lo que el espejo mostraba. Todos se sorprendian y ruborizaban de lo que veian. Venian a ver, y se iban como azorados por lo que habian visto, confundidos y gratamente esperanzados. Chicos y chicas venian, miraban, y se iban cantando alegremente, felices y conformes con su vida. Las personas grandes, luego de mirarse, se iban caminando por las calles con la frente bien alta, y sonriendo. reconciliadas con sus vidas. Los hombres jovenes, luego de mirar, se iban orgullosos y solemnes, silbando o tarareando alguna cancion. Y temprano, una mañana, vino un ladron que codiciaba las joyas del marco del espejo. Y cuando estaba por descolgarlo para llevarselo, vió su imagen reflejada, y era la cara de un angel la que lo miraba. Entonces dejó el espejo donde estaba, y se fue silbando, en puntas de pie, porque por supuesto, los angeles no roban.
Tomaria mucho tiempo mencionar a todos los que se vieron en el espejo de John Pettigrew, pero los que lo hicieron, no vieron en el mas que belleza y bondad, porque no habia otra cosa para ver. Y no paso mucho tiempo hasta que no quedó en el pueblo ningun malvado, ni ningun egoista, ni huraño, ni ladron, porque todos, recordando como eran realmente, se comportaban de acuerdo con su verdadero ser. La prision quedó vacia, los tribunales se transformaron en escuelas de arte y de danzas, y los policias, luego de mucho tiempo de bostezar en las esquinas, y de aburrirse por no hacer nada, se dedicaron a cultivar flores y frutillas. El intendente, por consentimiento de la mayoria, siguió a cargo del pueblo, y si algun ciudadano, por un momento, se comportaba tontamente, era enviado inmedia-tamente a dar una ojeada al espejo de John, y con esto se terminaban todos los problemas con él.
Habia una sola persona en el pueblo que nunca habia querido verse en el espejo, y esa persona era Sarah, la rencorosa prima de John. Acostumbrada a pelearse y hablar mal de todo el mundo, ahora no tenia motivos ni tema de conversacion y por esto odiaba el espejo. Que sentido tenia la vida ahora, si todos parecian ser mejores que ella, y entonces no tenia nadie a quien criticar. -Toda esta estupidez de como se veian en el espejo.... ella si sabia como eran realmente todos esos sinverguenzas, a mi no me engaña ningun espejo mentiroso, pensaba Sarah, y entonces, cada vez que pasaba por delante del espejo colgado en la puerta, cerraba los ojos, porque le habia robado el unico placer de su vida: poder hablar mal de los otros. Era un pensamiento infeliz para vivir con él, y ese sentimiento fue creciendo y creciendo, hasta hacerse intolerable.
Entonces, una mañana de invierno, cuando el viento que soplaba parecia un huracan, se levantó con el alba, y se fue para la casa de John. Cerrando los ojos, descolgó el espejo, lo puso debajo de su abrigo, y se paró en una roca a la orilla del mar embravecido, para arrojarlo a las profundidades de las que habia venido. Sacó el espejo que ocultaba en su abrigo y lo lanzó con todas las fuerzas hacia el abismo. Pero entonces el espejo, al dejar su mano para siempre, giró, y un instante antes de romperse en mil pedazos contra las rocas, Sarah pudo ver, sin quererlo, su propia imagen reflejada por primera y ultima vez. Y la cara que vió no era ciertamente la de una mujer que pudiera hacer esa maldad, y al comprender lo que habia hecho en su estupido egoismo, se puso a llorar amargamente, desesperada de arrepentimiento. Y sus gritos eran tan angustiantes que en poco tiempo medio pueblo estaba en la playa. En las interminables discusiones y acusaciones que siguieron, se fue perdiendo el encanto y la paz que el espejo habia traido. Y mientras unos peleaban, otros robaban lo que quedaba del marco, las perlas y las piedras preciosas, y hubo nuevamente golpes, insultos y violencia.
Y ciertamente habrian ocurrido crimenes tambien, si no fuera porque un policia, trabajando tranquilamente con sus frutillas, no hubiera escuchado el tumulto y tomado nuevamente sus funciones. La carcel se reabrió, y todo volvió a ser como antes habia sido.
Solo las personas sensibles como John Pettigrew, atesoraban cada una de ellas una pequeña esquirla, un pedacito de aquel espejo, y echándole una ojeada de vez en cuando, volvian a ver la gloriosa imagen del magnifico Rey del Cielo que habia dentro de cada uno de ellos, en su alma y en sus corazones.
Esa era la historia que me contó mi abuela. Y cuando alguna vez la vida me parecia injusta, y las personas desleales y traicioneras, ella me decia: -Ay, hija, que diferente verias las cosas si pudieras echarle una ojeada al espejo de John Pettigrew ¡!! ... Han pasado los años, mi abuela ya no está, pero siempre que me siento oprimida por las circunstancias de la vida, las palabras de mi querida abuela vuelven a mi recuerdo.
Traducido para mis hijos Javier y David, y para mi amigo Martincito, en la Ciudad de Buenos Aires, el dia 19 de Abril del año 2009.
Roberto Feliba
Ruth Manning-Sanders (1886-1988)
Esta es una hermosa historia que mi abuela me contó una vez, en mi lejana infancia.
Hace muchísimo tiempo vivía en un pequeño pueblo al lado del mar un honesto artesano que se ganaba la vida haciendo canastos, y se llamaba John Pettigrew. Vivia sólo, porque no tenia a nadie en el mundo, solamente una prima casada, llamada Sarah Polgraine, que iba todos los dias a casa de John para limpiarla y cocinarle. Era una mujer maliciosa, siempre hablando mal de uno y de otro, y John estaba acostumbrado a oírle sin escucharla, como quien oye el rumor del mar golpeando contra las rocas, en la playa. El le estaba agradecido por ayudarlo y cuidarlo, y como era un hombre bueno, siempre pensaba que los otros, como su prima Sarah, debajo de su caracter huraño, eran buena gente. -Hay algo bueno y noble en todas las personas, decía él, y su prima se burlaba de su noble inocencia, y seguidamente comenzaba a criticar a todos los habitantes del pueblo, sin omitir ni perdonar a ninguno.
Pero para entonces, John estaba ya en su pequeño taller, trabajando sus canastos, y la voz de su prima casi no llegaba a oirse. Este lugar era un espacio al lado del mar, a cubierto del mal tiempo, pero muy agradable y soleado en los dias de cielo claro. Era hermoso como se escuchaban los bellos sonidos que venian de la playa y el mar, todo el dia, y en la noche. Alli estaban sus obras, hermosos canastos de todas las formas y tamaños, cada uno decorado con colores vibrantes y diseños que John creaba siguiendo los dictados de su fantasia. Su trabajo le dejaba algun tiempo libre, que él usaba para meditar y contemplar el mar y a sus criaturas, y ocasionalmente para tocar su ocarina cuando sentia en su mente la necesidad de distraerse con su dulce melodia.
Una tarde tormentosa, a fines del verano, John se fué con una bolsa a la playa, buscando maderitas gastadas por el mar, para decorar sus canastos. El fuerte oleaje habia dejado la playa cubierta de conchillas y jirones de algas, azotando la costa de modo que muchas veces caminaba John con el agua hasta las rodillas, y otras completamente en seco.
Las olas mas altas tenian sus crestas blancas de espuma, y el sol poniente les daba un hermoso reflejo dorado y oleoso, y en su luz brillante, parecian inmensos espejos montañosos desplomandose y cambiando de forma incesantemente.
Y en esas olas inmensas, dos focas, una mas grande que la otra, estaban retozando alegremente, como dos corchos que se hunden y vuelven a flotar, y se desplazaban tan velozmente en el agua, como los pajaros volando en el cielo, y cuando volvian a salir podia ver sus grandes ojos oscuros, brillantes. –Benditas criaturas, pensaba John, no hace falta preguntarse si son felices. Y dicen que toda la sabiduria infinita del mar fluye por sus agiles cuerpos...!!!
Pronto se levantó viento y comenzó a llover. Ya se habia puesto el sol, y el tiempo estaba tan inclemente, que John pensó que era hora de volver a su casa, los truenos resonando en sus oidos, y los rayos como inmensos tenedores de luz brillando en el cielo negro.
Que noche estruendosa fue aquella ¡! John no podia recordar otra igual. El viento aullaba en la chimenea, las ventanas vibraban, y el sonido de la lluvia repiqueteaba incesante sobre sus paneles de vidrio. El viento golpeaba la puerta como una bestia enfurecida decidida a entrar por cualquier medio.
Todos los ruidos de la furiosa tempestad podian escucharse a través de cada agujero y cada grieta de la casa. John se sentó a leer junto a la chimenea, que irradiaba su calor y su luz a toda la habitacion. De repente, una ola estremeció la entrada con un golpe y un grito extraño, que no se repitió.
-Aunque fuera el mismo diablo del infierno, si algo le ha ocurrido a alguien allá afuera, no puedo dejar de ayudarlo, pensó John. Y muerto de miedo, destrabó la puerta y la abrió a la oscuridad de la noche.
El viento entró a la cocina como un tigre enfurecido, y John tropezó con un gran bolso de piel que yacía a sus pies, en el umbral de la casa. La arrastró hacia adentro de la casa, y cerró con tranca la puerta. Al observar la bolsa de piel marrón, vió que era una pequeña foca, que parecia muerta.
– Muerta, pensaba tristemente John, y hace unos instantes jugabas tan alegremente con tu mami ¡!! Y de repente, cuando John acariciaba su suave piel, el animalito pareció responder a la mano que lo mimaba, moviendo perezozamente sus aletas, y abriendo sus ojos grandes, miraba a John con ojos llenos de indescriptible dulzura y sabiduria.
Oh, bueno, entonces bienvenido, amiguito, dijo John encantado con su nuevo compañero, llevándolo en sus brazos para dejarlo sobre un cómodo almohadón cerca del calor del hogar. Fue una bonita noche la que pasaron los dos juntos. John le trajo leche fresca, y le dió el pescado que tenia para su propia cena. Y recordando haber escuchado una vez que los animales aman la musica, se puso a tocar dulces tonadas en su ocarina, mientras la foca parecia encantada y feliz, golpeando sus aletitas al compas de la melodia. Y pronto se durmieron, el animalito en el almohadón, y John en el piso, a su lado. Era la primera vez en su vida que tenia un compañero, y no iba a irse a la cama dejándolo solo.
Pero en sus sueños, la mamá foca se le apareció angustiada. De sus bellos ojos oscuros caian lágrimas que parecian hilos de plata, y a John le pareció que si él no hacia algo pronto, esos ojos iban a vaciar toda el agua del mar a través de ellos. Por eso, en la mañana, cuando el viento se calmó, y el mar estaba todavia gris y taciturno, John tomó en brazos a su nuevo amiguito, y lo llevó a la playa, en medio de los destrozos que el temporal habia dejado en su patio, sembrado de ladrillos caidos y tejas rotas. Alli lo puso en el agua, y lo empujo suavemente para que se interne en el mar. Pero el animalito parecia haber olvidado como irse, y cuando John se volvia a su casa, la foca venia detras de él, moviendo sus pequeñas aletas. Entonces, John pidió prestado un bote, y cargando a su compañero con él, lo llevó mar adentro, dejandolo en el agua con cuidado. Pero el animal no parecia saber que hacer, y sus gritos eran tan lastimeros, que John no tuvo corazon para dejarlo, y subiendolo al bote otra vez, lo llevó a su casa nuevamente.
-Si tan solo pudiera ver donde esta tu mami ¡!! pensaba John, y escrutaba el horizonte de olas, aunque solo veia algunas grullas y algun otro pajaro volando. Entonces, decidido a cuidarlo mientras no apareciera su madre, lo llevó otra vez a su casa.
Cuando Sarah vió al animal, enseguida le pidió a John que lo matara, porque queria usar su piel para hacerse un tapado, a lo que su primo se rehusó horrorizado. Evidentemente, aunque veian el mismo ser, John y su prima veian cosas muy distintas. Ella veia un tapado viviente, y el veia un hijo querido. El le conto del sueño en que vió a la madre foca llorando amargamente la pérdida de su hijo, y Sarah como siempre, se burló de su sensibleria e ingenuidad.
Pero a John le parecia que el animal lo comprendia bien, y pensando asi se puso a arreglar todo el desastre que la tempestad habia ocasionado en su casa, reparando esto y ordenando aquello. Y cuando él iba de un lado a otro, el animalito lo seguia. Y cuando él se sentaba a trabajar, la foca se acostaba a sus pies, y lo miraba con sus dulces y brillantes ojos. Y cuando John tocaba su ocarina, golpeaba sus aletitas en señal de la mayor alegria. Y cuando John le arrojaba una pelotita, la mantenia girando en la punta de su hocico, arrojandola de vuelta a las manos de John, con increible punteria.
Era una gran felicidad que tenian entre los dos, y las cosas siguieron asi por algunos dias mas. pero John, aunque estaba encantado con el animalito, no podia quitarse de la cabeza la idea de que la madre foca estaba angustiada buscando a su hijo, y no podia olvidar esos hermosos ojos oscuros llorando incesantemente.
Por eso cada dia, cuando acababa su trabajo, iba por la playa, buscando ansiosamente en las olas grises, verdosas, o azules, segun el tiempo, a aquella que él imaginaba llorando esas lagrimas terribles en su sueño.
Y entonces, una mañana, en una ola verdosa y clara como el cristal, John vio su cabeza brillante, mirando aqui y allá como buscando a alguien. –Alla esta tu mami, vamos, amiguito, y nada de tonterias esta vez, eh? le dijo John al animalito que llevaba en sus brazos, mientras se internaba en ese hermoso mar verde, aquel dia de sol. Y luego lo soltó, y cuando ya estaba por seguirlo a la orilla de nuevo, vió a su madre, y se fué nadando hacia ella. Desde la playa, John vió las dos criaturas felices disfrutando juntas en las olas, cubiertas de espuma, y lo miraban con ojos dulces, llenos de un infinito agradecimiento. Y John se fue caminando pensativo a su casa, feliz por haber hecho algo tan hermoso, pero al mismo tiempo, con esa sensacion de soledad apretando como un nudo en su corazon.
El Domingo siguiente, John caminaba por la playa buscando caracoles, pensando en las dos focas, imaginando como seria vivir en el fondo marino, y lo que habria para ver en ese lugar, paisajes y cosas nunca vistos por ningun ser humano. Y meditando en la gloriosa obra de Dios, se puso a tocar con su ocarina una vieja melodia que le gustaba mucho. De repente, en una ola cerca de él, apareció la mamá foca, mirándolo, y balanceando algo en su hocico. No era una pelota, pero era algo redondo. Cuando ella lo arrojó a sus manos, lo vió girar en el aire y brillar con la magnificencia del sol, y entonces John tomó ese pequeño sol en sus manos temblorosas.
Era un bellisimo espejo redondo...pero que espejo ¡!!. El marco estaba decorado como una guirnalda de flores, y el centro de cada flor era una perla. Los pétalos eran rubies y zafiros, y las hojas esmeraldas. John lo daba vueltas, con profunda admiración, hasta que el espejo reflejó el mar, hacia donde estaban las focas, y John vió entonces, no a las focas, sino a una mujer hermosisima, con un niño en sus brazos. El niño tenia una corona de oro, y le tendia sus brazos a él con inefable cariño. La mujer tambien lo miraba, sonriendole muy dulcemente. Y un instante mas tarde, habian desaparecido en el mar.
John se quedó mirando la escena como si no pudiera creer lo que veia. Cuando el espejo mostraba las nubes del cielo, se veian las nubes, pero tambien bellos palacios celestiales. Cuando se reflejaba el piso, en las flores habia pequeños angeles, pajaros y duendes.
Camino a casa, en la playa habia un grupo de ancianos en sus trajes de Domingo, achacosos, descuidados, caminando torpemente, tristemente, con el cansancio de la vida. – Me pregunto, pensó John, como seran estas gentes, segun el espejo. Y sacándolo, reflejó a los viejos, y alli estaban, magnificos señores de la Tierra, cada uno de ellos, altivos y elegantes, valientes y hermosos, vestidos como para el Reino de los Cielos. –Si esto es asi, entonces, no solamente yo sino todos en el pueblo deben disfrutar de este espejo maravilloso, pensó John, y cuando llegó a su casa, colgó el espejo en la puerta del frente de su casa, que estaba siempre cerrada porque nunca se usaba.
En poquisimo tiempo, una multitud de gente estaba frente a la puerta de John. Cada uno intentando dar una ojeada al espejo, para ver la imagen de su alma, de como eran realmente, porque eso era lo que el espejo mostraba. Todos se sorprendian y ruborizaban de lo que veian. Venian a ver, y se iban como azorados por lo que habian visto, confundidos y gratamente esperanzados. Chicos y chicas venian, miraban, y se iban cantando alegremente, felices y conformes con su vida. Las personas grandes, luego de mirarse, se iban caminando por las calles con la frente bien alta, y sonriendo. reconciliadas con sus vidas. Los hombres jovenes, luego de mirar, se iban orgullosos y solemnes, silbando o tarareando alguna cancion. Y temprano, una mañana, vino un ladron que codiciaba las joyas del marco del espejo. Y cuando estaba por descolgarlo para llevarselo, vió su imagen reflejada, y era la cara de un angel la que lo miraba. Entonces dejó el espejo donde estaba, y se fue silbando, en puntas de pie, porque por supuesto, los angeles no roban.
Tomaria mucho tiempo mencionar a todos los que se vieron en el espejo de John Pettigrew, pero los que lo hicieron, no vieron en el mas que belleza y bondad, porque no habia otra cosa para ver. Y no paso mucho tiempo hasta que no quedó en el pueblo ningun malvado, ni ningun egoista, ni huraño, ni ladron, porque todos, recordando como eran realmente, se comportaban de acuerdo con su verdadero ser. La prision quedó vacia, los tribunales se transformaron en escuelas de arte y de danzas, y los policias, luego de mucho tiempo de bostezar en las esquinas, y de aburrirse por no hacer nada, se dedicaron a cultivar flores y frutillas. El intendente, por consentimiento de la mayoria, siguió a cargo del pueblo, y si algun ciudadano, por un momento, se comportaba tontamente, era enviado inmedia-tamente a dar una ojeada al espejo de John, y con esto se terminaban todos los problemas con él.
Habia una sola persona en el pueblo que nunca habia querido verse en el espejo, y esa persona era Sarah, la rencorosa prima de John. Acostumbrada a pelearse y hablar mal de todo el mundo, ahora no tenia motivos ni tema de conversacion y por esto odiaba el espejo. Que sentido tenia la vida ahora, si todos parecian ser mejores que ella, y entonces no tenia nadie a quien criticar. -Toda esta estupidez de como se veian en el espejo.... ella si sabia como eran realmente todos esos sinverguenzas, a mi no me engaña ningun espejo mentiroso, pensaba Sarah, y entonces, cada vez que pasaba por delante del espejo colgado en la puerta, cerraba los ojos, porque le habia robado el unico placer de su vida: poder hablar mal de los otros. Era un pensamiento infeliz para vivir con él, y ese sentimiento fue creciendo y creciendo, hasta hacerse intolerable.
Entonces, una mañana de invierno, cuando el viento que soplaba parecia un huracan, se levantó con el alba, y se fue para la casa de John. Cerrando los ojos, descolgó el espejo, lo puso debajo de su abrigo, y se paró en una roca a la orilla del mar embravecido, para arrojarlo a las profundidades de las que habia venido. Sacó el espejo que ocultaba en su abrigo y lo lanzó con todas las fuerzas hacia el abismo. Pero entonces el espejo, al dejar su mano para siempre, giró, y un instante antes de romperse en mil pedazos contra las rocas, Sarah pudo ver, sin quererlo, su propia imagen reflejada por primera y ultima vez. Y la cara que vió no era ciertamente la de una mujer que pudiera hacer esa maldad, y al comprender lo que habia hecho en su estupido egoismo, se puso a llorar amargamente, desesperada de arrepentimiento. Y sus gritos eran tan angustiantes que en poco tiempo medio pueblo estaba en la playa. En las interminables discusiones y acusaciones que siguieron, se fue perdiendo el encanto y la paz que el espejo habia traido. Y mientras unos peleaban, otros robaban lo que quedaba del marco, las perlas y las piedras preciosas, y hubo nuevamente golpes, insultos y violencia.
Y ciertamente habrian ocurrido crimenes tambien, si no fuera porque un policia, trabajando tranquilamente con sus frutillas, no hubiera escuchado el tumulto y tomado nuevamente sus funciones. La carcel se reabrió, y todo volvió a ser como antes habia sido.
Solo las personas sensibles como John Pettigrew, atesoraban cada una de ellas una pequeña esquirla, un pedacito de aquel espejo, y echándole una ojeada de vez en cuando, volvian a ver la gloriosa imagen del magnifico Rey del Cielo que habia dentro de cada uno de ellos, en su alma y en sus corazones.
Esa era la historia que me contó mi abuela. Y cuando alguna vez la vida me parecia injusta, y las personas desleales y traicioneras, ella me decia: -Ay, hija, que diferente verias las cosas si pudieras echarle una ojeada al espejo de John Pettigrew ¡!! ... Han pasado los años, mi abuela ya no está, pero siempre que me siento oprimida por las circunstancias de la vida, las palabras de mi querida abuela vuelven a mi recuerdo.
Traducido para mis hijos Javier y David, y para mi amigo Martincito, en la Ciudad de Buenos Aires, el dia 19 de Abril del año 2009.
Roberto Feliba