La belleza en cualquiera de sus formas tiene la virtud, al menos en mi caso, de calmar la tension de los contratiempos diarios. Es como un potente sedativo, una taza de te de tilo, melissa y miel humeante, esperando en mi escritorio. Por eso en esos momentos, me gusta estar rodeado de imagenes que me traigan un poco de aquellas playas desiertas, de las cascadas en islas tropicales, de caminos solitarios e infinitos.
El efecto se duplica en su eficacia si a las imagenes les agrego musica suave, relajante, calmante, o sonidos de la naturaleza, como pueden ser el mar sobre una playa, gaviotas, un arroyo bajando de la sierra, la lluvia que repiquetea en un alero, el cristal de una ventana, las hojas de los arboles o un techo de chapas. Unas campanitas de viento, ligeras como el aire, o el crepitar del fuego de un fogon, una noche de la infancia, bajo las estrellas...
El efecto se duplica en su eficacia si a las imagenes les agrego musica suave, relajante, calmante, o sonidos de la naturaleza, como pueden ser el mar sobre una playa, gaviotas, un arroyo bajando de la sierra, la lluvia que repiquetea en un alero, el cristal de una ventana, las hojas de los arboles o un techo de chapas. Unas campanitas de viento, ligeras como el aire, o el crepitar del fuego de un fogon, una noche de la infancia, bajo las estrellas...